UNIÓN DE GENERACIONES

El 24 de julio amaneció con la amenaza constante de lluvia. El cielo, caprichoso, obligó a cambiar de escenario: del jardín al 𝐜𝐚𝐬𝐞𝐫𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐁𝐫𝐮𝐣𝐚, ese refugio donde la historia parece latir en las paredes. Y allí, bajo su techo centenario, comenzó una tarde que terminó siendo más entrañable que nunca.
Primero fue el turno de los 𝐩𝐫𝐞𝐦𝐢𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐜𝐡𝐢́𝐬 𝐲 𝐩𝐞𝐭𝐚𝐧𝐜𝐚. Pueden parecer juegos sencillos, pero cada verano se convierten en pequeñas batallas de ingenio y paciencia, donde lo que de verdad importa no es el resultado, sino la emoción de compartir. Las socias recibieron sus trofeos con la ilusión intacta, la misma de siempre, como si cada pieza del parchís y cada bola de petanca llevara grabados recuerdos de otras épocas. Esos premios, humildes a los ojos de cualquiera, son para ellas un símbolo: el de saberse parte de una tradición que se renueva año tras año.
Después, el 𝐝𝐞𝐬𝐟𝐢𝐥𝐞 𝐝𝐞 𝐝𝐢𝐬𝐟𝐫𝐚𝐜𝐞𝐬. Los niños, nerviosos al principio, se fueron adueñando del espacio. Y allí estaba el payaso Edy, con su humor cercano y su ternura, logrando lo que parecía imposible: que la amenaza de lluvia se olvidara y que la tarde sonara a risas. Los disfraces, improvisados o elaborados, se llenaron de aplausos, y cada niño salió del escenario con la sensación de haber vivido algo grande.
El caserón se convirtió en un escenario intergeneracional. Los abuelos miraban orgullosos, los padres recordaban sus propios veranos en el Casino, y los más pequeños tejían los recuerdos que contarán dentro de unos años. La lluvia, al final, fue solo una anécdota. Porque lo que realmente importó fue la 𝐮𝐧𝐢𝐨́𝐧 𝐝𝐞 𝐠𝐞𝐧𝐞𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬, la certeza de que, mientras sigamos celebrando juntos, el Casino seguirá siendo lo que siempre fue: un lugar para compartir, disfrutar y guardar la memoria viva de Novelda.