
La 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐛𝐞𝐧𝐚 llegó con ese aire de noche que ya ha cogido ritmo.
Novelda venía de celebrar su Entrada Mora y, en el Casino, los jardines volvían a llenarse. No hacía falta anunciar nada: todos sabían que allí, después del desfile, la fiesta seguía.
𝐄𝐭𝐞𝐫𝐧𝐚𝐥 𝐋𝐢𝐯𝐞 𝐌𝐮𝐬𝐢𝐜 puso la melodía a una noche sin prisa pero con alma. Canciones que sabían a verano, a otras verbenas, a personas que tal vez ya no están pero que siguen bailando con nosotros en la memoria. Las mesas se llenaron de voces, de brindis cortos, de carcajadas largas.
Y entonces, la lluvia. Suave, inesperada, sin previo aviso. La típica que en otro lugar lo hubiera detenido todo, pero aquí no. Nadie se movió. Nadie buscó refugio. Algunos, incluso, se subieron al templete para seguir bailando como si aquello también fuera parte del repertorio.
No hubo espectáculo. Hubo algo mejor: una verbena de las de antes, con el encanto de lo que no necesita disfraz. Una noche que no pretende hacer historia, pero que acaba formando parte de la nuestra.
Porque cuando Novelda celebra, el Casino no solo abre sus puertas. Se convierte en hogar, en banda sonora, en recuerdo compartido. Y hay cosas que, cuando se viven así, ya no se olvidan.