
El verano siempre tiene un último acorde. No importa cuánto lo estiremos, cuánto intentemos sujetarlo de la muñeca como quien no quiere dejar marchar a alguien con quien ha bailado demasiado bien. Al final, septiembre se enciende como esas luces de la pista que avisan de que la noche ha terminado aunque uno aún tenga canciones por cantar.
En el Casino de Novelda ese final no llegó envuelto en nostalgia, sino vestido de blanco. Una fiesta que convirtió los jardines en escenario de película y en donde la música de ABBA The Women flotaba como recordatorio intergeneracional: hay himnos que nunca caducan, canciones que no se marchitan con las estaciones.
“Dancing Queen” hizo que muchos volvieran a tener diecisiete, aunque el calendario marcara otra cosa. Y “Mamma Mia” fue más que un estribillo: una declaración colectiva de intenciones, la promesa de repetir esta noche aunque solo fuera en la memoria.
Las mesas largas guardaban brindis compartidos, los vestidos blancos uniformaban las historias del verano, cada una con sus nombres propios: amores que empiezan, amistades que se consolidan, ausencias que dolían menos porque la música subía el volumen justo en ese instante.
Cada pareja que bailaba parecía tener un relato escondido. El hombre que giraba a su mujer con torpeza llevaba cuarenta años ensayando el mismo paso. Las amigas que reían de espaldas al escenario lo hacían como si el tiempo se hubiese rendido ante ellas. Incluso los que observaban desde la silla formaban parte de una coreografía invisible, como si el aire también bailara.
La fiesta blanca no fue un adiós, sino un agradecimiento colectivo al verano: a las sobremesas infinitas, al calor que convierte los días en eternos, a los reencuentros que valen más que el calendario. Fue, además, un “hola” a septiembre, que siempre llega cargado de planes como quien se empeña en demostrarnos que él también tiene encanto.
Entre luces que colgaban de los árboles, copas que tintineaban y canciones que todos conocíamos de memoria, el Casino escribió otra página de su historia. Una que no se recordará por la tristeza de lo que se acaba, sino por la alegría de lo que se vivió.
Porque al fin y al cabo, la vida se parece más a una canción de ABBA de lo que creemos: uno no siempre entiende la letra, a veces desafina, otras se ríe a destiempo, pero lo importante es atreverse a bailar, incluso cuando el verano se está despidiendo.