
El viernes, el Salón Jorge Juan del Casino de Novelda respiró distinto.
Las luces no solo iluminaban. Acariciaban. Las miradas no solo observaban. Escuchaban.
Porque lo que vivimos no fue solo una exposición.
Fue un encuentro de disciplinas, una danza entre lo visible y lo simbólico, un susurro entre la escultura y la moda que nos recordó que vestir no es cubrir, sino contar.
La exposición “El arte de la moda y la escultura” nos llevó por senderos que no se ven, pero se sienten.
La artista Rocío Guijarro Sánchez nos ofreció cuerpos reconstruidos, fragmentos dorados, pieles intermedias donde habitar lo que duele y transformarlo en belleza. La metamorfosis como acto sagrado. El oro como cicatriz luminosa. Como si cada obra dijera: “De aquí también nací yo, del hueco, del hilo y del silencio.”
A su lado, Raquel Puerta-Varo nos bordó un discurso firme y poético sobre la opresión, el gesto, la herida. Sus obras, hechas con papeles mancillados, hilos tensos y tejidos violentados, mostraban cómo lo que aprieta también habla, y cómo lo roto no siempre está perdido. El arte, como ella lo entiende, no se mira: se libera.
Y después, las diseñadoras.
No solo expusieron. Caminaron un relato. El suyo. El de su esencia, su búsqueda y su evolución.




Todas ellas, formadas en la Academia París, demostraron que la moda no se cose a máquina. Se cose con verdad.

Y como todo arte merece ritual, brindamos.
Con vinos, sabores y aromas que hablaban en nuestro idioma:





Fue una noche en la que lo estético fue también ético.
Lo sensorial, emocional.
Y lo visible… inolvidable.
Gracias a quienes lo soñaron, a quienes lo tejieron, y a quienes estuvieron presentes con el corazón abierto.
Y todo esto sucedió en el Casino de Novelda,
donde la cultura no se programa, se vive.
Y donde las historias no se cuentan, se sienten.