
El 22 de julio tiene algo de ritual.
Un día que no pasa, se queda. Porque es la 𝐒𝐚𝐧𝐭𝐚. Porque las calles de Novelda respiran otro aire y en el Casino todo se prepara con esa mezcla de solemnidad y alegría que tienen las cosas importantes.
La cena no fue solo una cena. Fue una manera de estar juntos. De reconocerse en las mesas compartidas, en las charlas que van de mesa en mesa, en los brindis que no hacen ruido pero dicen mucho. Fue una noche en la que el jardín se convirtió en escenario, sí, pero también en refugio.
Y cuando empezó la música, la noche ya no necesitó palabras. Kerman’s Els trajeron eso que no se ensaya: la complicidad.
Canciones que te saben a infancia, a veranos pasados, a la persona con la que bailaste por primera vez o con la que vuelves a bailar ahora. No hacía falta mirar el reloj: solo seguir el ritmo y dejarse llevar.
A veces, celebrar es simplemente eso: detenerse en lo que sí está bien. En lo que une. En lo que permanece.
Y en noches como esta, el Casino vuelve a demostrar que no es solo un lugar: es un estado de ánimo. Una memoria viva. Un trozo de nosotros.