
En la 𝐭𝐞𝐫𝐜𝐞𝐫𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐛𝐞𝐧𝐚 del Casino no hizo falta inventar nada nuevo. Bastó con lo de siempre: los socios de siempre, los bailes de siempre y esas canciones que, aunque se repitan cada año, saben a estreno cuando las primeras notas suenan en la pista.
El día de la ofrenda y del fin de fiestas tuvo ese aire de fotografía en sepia que se repite en la memoria: mujeres que se saben de memoria los pasos, hombres que sonríen más de lo que bailan, y niños que aprenden que la alegría también se hereda.
La noche se cerró con el mismo pacto silencioso de cada verano: que no importa cuántas veces suene la misma melodía, porque lo importante es la certeza de que volverá a sonar.
Y volveremos a encontrarnos, a bailar y a celebrar que seguimos juntos, como cada año.
Las próximas fiestas nos esperan. Y nosotros a ellas.