
𝐂𝐮𝐚𝐝𝐞𝐫𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐛𝐢𝐭𝐚́𝐜𝐨𝐫𝐚. 𝐂𝐚𝐬𝐢𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐍𝐨𝐯𝐞𝐥𝐝𝐚, 𝟐𝟕 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐧𝐢𝐨
𝖣𝗈𝗌 𝖺𝖼𝗍𝗈𝗌,𝗎𝗇𝖺 𝗃𝗈𝗋𝗇𝖺𝖽𝖺 𝖼𝗈𝗇 𝗏𝗈𝖼𝖺𝖼𝗂𝗈́𝗇 𝖽𝖾 𝗆𝖾𝗆𝗈𝗋𝗂𝖺 𝗒 𝖾𝗇𝖼𝗎𝖾𝗇𝗍𝗋𝗈.
Tras el homenaje oficial en la plaza, los jóvenes guardiamarinas cruzaron el umbral del Casino como se entra en un saloncillo del pasado. Esta vez, no hubo cornetas ni órdenes en voz alta. Solo el sonido leve de sus pasos sobre el mármol, el eco de sus voces contenidas y el brillo de los botones dorados entre los reflejos de los espejos.
En el interior, el Salón Jorge Juan los recibió con su aire palaciego, coronado por estucos dorados que parecían observarlos con la misma solemnidad con que se recibe a los herederos de una historia compartida.
Porque Jorge Juan no fue solo un marino. Fue geómetra, espía, astrónomo, reformista y diplomático. Un hombre capaz de medir el meridiano terrestre mientras negociaba con reyes, modernizaba la Armada y defendía con elegancia —y firmeza— la soberanía del conocimiento. Su legado es tan preciso como vigente: ciencia, rigor y lealtad. Su nombre, bordado en este Salón, no es solo un homenaje: es el reflejo de un pueblo que abraza con orgullo la grandeza de un hombre que midió el mundo y modernizó el conocimiento desde su tierra natal.
De pie, en torno a una mesa redonda, los guardiamarinas se agruparon con la naturalidad de quien sabe que la camaradería también se construye en los márgenes del protocolo. Allí, entre conversación y reflejos de luz, el brindis se hizo posible gracias a la colaboración de @agustinavermut una marca de vermú que entiende de historia y carácter, y que ofreció un gesto sencillo, pero cargado de sentido: hospitalidad con alma mediterránea.
Había algo de rito no escrito en esa escena: el uniforme blanco, la luz filtrada por los ventanales, el verde encendido de los árboles tras los cristales. Todo componía un instante suspendido entre la memoria y la juventud.
Y el Salón, silencioso, lo supo.
Gracias por formar parte de otra historia de este ilustre marino y de nuestras paredes.



